La recomendación socrática acerca del conocimiento propio es la misma –sin uno es capaz de “escuchar” la persuasiva voz de lo que no se oye– que la que T. S. Eliot hace en los Cuatro cuartetos: “Solo a través del tiempo se conquista el tiempo”. Pintar no es solo representar, sino que es también inquirir. Pintar es preguntar, más allá o más acá de lo que la representación conlleva en términos de “plasticidad”, conforme a un esquema habitual de signos reconocibles. Solo a través de una dimensión que no parece poética –por lo rotunda, más pareciera prosa– se adquiere conciencia de esa dimensión: la noción de las cosas y la de lugar. O el sentido de las cosas en su lugar. Pensamientos más eminentes que el mío –mi función, en este aspecto, es la de un modesto gregario– han entendido ese lugar como un –a mi modo de ver– ámbito, de geografía envolvente, como si la localización de “lo que es” se significase en una dimensión circundante. El tiempo que los serenos versos de Eliot parecen marcar en un sentido lineal, unidireccional, podría ser interpretado
El proyecto de autoconocimiento del pintor era de tal naturaleza –voy a decir el indágate o pregúntate a ti mismo– que llegó a crear su propio abecedario. Un sistema plástico de letras con las que poder articular lo denotado por la pintura; así pues, por la escritura. ¿Se “replegaba” Ramón Bilbao, se interiorizaba? ¿Se abstraía, optaba pictóricamente por un lugar en lo hermético? Quienes hayan seguido los coherentes pasos dados por este gran artista en su biografía habrán comprobado cómo, entre varios confluyentes principios, su trabajo ha sido regido esencialmente por dos: claridad y rigor. Desde cuando preguntaba a la realidad y se respondía en un espacio pictórico de poderosa raíz expresionista, a cuando trató de penetrar esa misma realidad, y alcanzó a desvelarla hermosamente según un cierto orden de la geometría, un cierto ritmo “cubista” –donde ya se aprecia un sentimiento envolvente de lo real, como si la realidad fuese el tiempo–. Y hasta que adquiere el arraigo de que ciertamente la realidad, lo real es tiempo. Desaparece, no bruscamente, poco a poco, por una “lógica” de la representación la figura, y va surgiendo o haciéndose una adecuada forma de la imagen, de “imaginar”, en tanto que Ramón pinta o escribe al tiempo. Como el poeta: sin angustia ni melancolía.
Miguel Logroño