El silencio, cuya intensidad mayor se aprecia en lo que precede y en lo que prosigue a la palabra, planos inciertos ambos, planos límite, hara como que abandona la penetrante voz de lo apenas –del rumor, ensordecedor griterío del rumor, del apenas ruido–, y hallará la palabra. Y la pintura del silencio proseguirá, porque, como todo gesto de la creación, proviene, en la pintura de la palabra, hasta el extremo de que el pintor, Ramón Bilbao, deba de acudir a la palabra convencional en tanto que signo articulable, modulable, que procura comunicación , y en tanto que imagen “pictórica” que articula, además de pensamiento, frase y oración verbales: forma –guión que es fondo–, organización y setimiento de pintura. Comuncación en el plano del arte. La pintura de la palabra, como –siempre– la pintura del silencio, que proviene de la palabra, es decir, en el silencio, porque el silencio está en el principio, y es el fin, de las cosas de la pintura. De todas las cosas.
Si apelo al silencio –“pintura del silencio”– no es por la virtualidad metafórica de algunos casos que “vienen a cuento”, sino por el ser orgánico, no tanto organizativo plásticamente: por la naturaleza instaurada en tu obra, que, al paso de los años, se va restaurando de una manera lógica. Las cabezas, las voces del silencio, se van descomponiendo en el inabarcable universo de sabia inspiración ¿cubista?
Repito: de sabia planificación ¿constructiva?, en el que el silencio se hace ojo, oreja, boca, y el cuadro, mirada, oído, palabra. El cuadro, camino de percepción –yo diría, además, de angustiada percepción, pero no lo digo–, el territorio pictórico que se extiende sobre el silencio, la pintura del silencio. La pintura que demanda voz, porque nada –ni nadie– habrá de resignarse cabalmente a la inoperatividad de su acción cuando se tiene la conciencia de que el marco cultural y social propende a otro silencio. A la cobarde y frívola actitud de no querer escuchar, porque lo que transporta el silencio perturba, incomoda y pone en cuestión situaciones establecidas en lo comercial, en lo pictórico prostituido como chalaneo, como mercadeo, como “política” administrada no en el noble, sino en el más interesado y bastardo de sus aspectos. Dijo, no recuerdo quién, que la verdad era el arma más revolucionaria. Pienso que no le faltaba razón, aun a sabiendas de la dificultad que comporta acceder a esa posesión. La verdad. ¿No residirá la verdad en el silencio? El silencio es el arma dialécticamente más revolucionaria, que alcanza a expresar –a representar– con su obra Ramón Bilbao, que ha hecho la revolución pictórica en el silencio, esta “forma” del silencio siempre a la vanguardia del silencio.
Miguel Logroño