La pintura

Ramón Bilbao, "Limón", 2011.

Ramón Bilbao, «Limón», 2011, lápiz óleo sobre cartulina, 28 x 32 cm.


 

Hace un rato he leído en un viejo cuaderno algo que escribí a principios de 1983. Decía que tenía la sensación de que esos pedazos de tiempo que se sienten como relámpagos cuando recibes una intuición corresponden a otro espacio mucho más grande, quizá infinito, pero al alcance de todos nosotros; un espacio donde habita el conocimiento y eso que llamamos sentimientos, y que algunos consideramos objetivos de la pintura, porque creo que las intuiciones son el vehículo que nos comunica con los sentimientos y con el arte cuando este se da.

Quizá el arte sea la parte más hermosa de la ignorancia.

Con esa vanidad que conlleva el atrevimiento, parece que también intuí que las formas en el arte son solamente un vehículo, un idioma. Por eso las formas y el estilo que con ellas se desarrolla son más una limitación del pintor que una virtud del artista. Si se quiere, es más una habilidad comercial, una forma de poner una etiqueta a su obra para satisfacer a sus “consumidores” y para que estos puedan presumir del valor de sus pertenencias, pero esa pintura es solo un producto más de consumo. Se olvidan de que el arte, cuando existe, es otra cosa. Es aquello que transciende, que se desprende de las formas, que abandona las formas. Las formas solo identifican las épocas en que se realizan las obras.

El estilo en pintura, y la repetición que lo crea, son la evidencia del fin creativo de un pintor. El estilo surge en el techo de la capacidad profesional de un artista. Las obras que se reconocen por su parecido a otras son productos de consumo. La pintura con arte no lleva etiquetas. Sé que eso que llamamos “pintura contemporánea” tiene demasiadas etiquetas, pero el arte no puede ser contemporáneo, o, si se prefiere, solo es contemporáneo en el pequeñísimo espacio de tiempo que le corresponde al ser parte de la intemporalidad. También sé que hoy la pintura no necesita arte si reúne las condiciones que los directores del mercado recomiendan para sus productos.

Tampoco puede ser nacionalista. No tiene ese carácter patrio que algunos quieren ver en la pintura española, rusa, etc., porque la pintura con arte es universal, y solo será española, rusa, etc. en el porcentaje que le corresponda a España o a Rusia, en el universo.

Hoy (2012) he tenido dos intuiciones, o la misma dos veces, no lo sé, porque estaba trabajando, no las he apuntado, y mi malintencionada memoria no quiere recordarlas. Hoy, otra vez, ha ganado la razón.

De joven, la vida se escondía en la memoria. De viejo, se pierde en la memoria. Consecuencias de haber desarrollado una intuición.

Esta síntesis de la memoria que representa la trama que produce la acumulación de diferentes textos hasta hacer imposible su lectura, o el exceso de lectura hasta hacer imposible su recuerdo, transmite un sentimiento, un conocimiento diferente al adquirido con la simple lectura o escritura.

Se me antoja que adquiere otro valor, produciendo una mayor sensibilidad a nuestros sentimientos. Espero haber interpretado bien la intuición que recibí.

El tiempo es un espacio que tiene principio y fin, por lo tanto, está destinado a desaparecer.

Producir tiempos en esta trama produciría movimientos en un espacio que antes estaba inmóvil. Este movimiento tendría un tiempo, tendría vida. Si además a estos espacios los dotamos de un carácter, llenaríamos esa vida de contenido. Intuyo que quizá el hombre no sea otra cosa que un tiempo finito que se mueve en el espacio, algo así como una arruga en un papel o un trapo, que al estirarlos o plancharlos, desaparece. He tenido que dejar de pintar estas tramas ya que los ordenadores las producen sin esfuerzo.

Quizá también cuando desaparece un buen cuadro algo se muere. Y al contrario, cuando se hace un mal cuadro, se da vida a un monstruo que mutila los sentimientos.

Debería controlarse la mala pintura y a sus defensores, por el peligro que supone para la calidad emocional del hombre.

El tiempo es un espacio con principio y fin, y, cuando desaparezca, solo dejara un presente sin tiempo, sin nada que contar,

como si nunca hubiera existido ese presente. Es decir, la nada.

El tiempo es acción. Si no hay acción, no hay tiempo en el espacio.

Todo lo inmerso en el espacio tiende a transformarse en espacio, porque es parte de un todo absoluto que el espacio utiliza para su propia reproducción.

Con la concentración, creo evitar que la razón maneje mis sentimientos, así puedo iniciar la búsqueda de esos sentidos desconocidos que llamamos intuiciones. La concentración es la forma, o una de ellas, de que disponemos para anular a la razón, esa suma de memoria que me satura de experiencia, me obliga a repetirme y, creo, me impide ser creativo. Como he dicho antes, tengo la sensación de que esos espacios de tiempo, llenos de verdades, de conocimientos traducidos, y que sientes como un relámpago cuando llega una intuición, son parte de otro espacio, ilimitado, quizá infinito, donde poseemos el conocimiento sobre tantas dudas como nos planteamos. Pero sobre todo siento que está dentro de nosotros, por lo tanto, a nuestro alcance. Naturalmente, también al alcance de su enemigo ancestral, la razón. Por este motivo, aunque de forma inconsciente, creo estar concentrado demasiadas veces, o en la luna, como deben pensar en algunas ocasiones mi familia y amigos.

Cada vez estoy más convencido de que la investigación no debería de interrumpirse nunca en la vida de un profesional. Nuestra actitud debería ser la de una constante búsqueda de lo desconocido. Cuando nuestra obra tenga una personalidad, un estilo, debemos desconfiar, porque hemos caído otra vez en la trampa, hemos vuelto a descubrir la pólvora, mierda. La trampa está también en la historia del arte. Esa gente, los llamados “historiadores”, aceptan y elogian que cada pintor tenga su propio estilo, pero no admiten que en un solo pintor haya una suma de estilos. Se le considera un pintor sin personalidad. Que esto es una regla lo demuestra la excepción que se hace con Picasso.

Me temo que hoy en día se esta haciendo demasiada pintura con estilo, pero sin arte. Quizá sea “mérito” del marketing de los historiadores y críticos, quizá incluso sea “buena” pintura, pero desde luego no contiene arte. Para hacer arte se ha utilizado siempre una expresión clásica: la música, la poesía, la pintura… Siempre hemos encontrado el arte acompañando una expresión conocida, nunca lo hemos encontrado solo, pero lo cierto es que eso que llamamos arte es independiente de sus soportes. De hecho, estos soportes –la pintura, la música, la poesía…– pueden existir sin arte, y existen. Primero lo logró la poesía, a través de la literatura, ese hermano menor que ha logrado crear una industria sin necesidad de arte. También la música ha creado su propio mercado y no parece que necesite del arte para nada. Quizá la pintura esté haciendo en esta época lo mismo. Hoy en día hay cantidad de pintura, admirada y protegida por los dirigentes “intelectuales”, donde yo no veo arte. Hay pintura que incluso me gusta, y me puede gustar mucho, pero que no tiene arte. Hoy en día se habla, se teoriza, se escriben montones de libros sobre arte, pero sospecho que hay muy pocas personas que tengan la capacidad· natural de reconocer el arte. Me temo que ese sentido se ha perdido como aquellos paraguas del verano.

Las intuiciones, ese conocimiento que transmiten los sentidos hoy casi desaparecidos, no tienen poder de convicción sobre tanto razonamiento como nos gobierna. La razón es el mayor enemigo que tienen los sentidos, y el arte es la forma de los sentimientos. Si terminan por desaparecer las intuiciones, desaparecerán también con ellas los pocos sentidos que nos quedan, y seguramente con ellos, el arte. Lo mejor de nosotros. Y nosotros perderíamos las sensaciones que nos invaden cuando estamos recibiendo una intuición, cuando sentimos próxima esa verdad desconocida, donde el tiempo es un espacio sin perspectiva, un espacio infinito, sin color, pero lleno de luz; sin formas, pero no vacío.

La intuición, sin duda, es una evidencia de que dentro de nosotros existe otro conocimiento. O, si se prefiere, la evidencia del desconocimiento que tenemos de nosotros. Tengo la sensación de que dentro de ese desconocido habita como una realidad, un conocimiento universal, que solo se hace evidente a través de la intuición.

Si esto fuese cierto, y deseo que lo sea, llenaría de sentido el acto de pintar, y quizás el arte fuese la parte más hermosa de nuestra ignorancia.

Ramón Bilbao